Ella no lo sabía todavía, pero aquel día debía pasar algo que lo cambiaría todo para siempre. No estaba escrito en ningún lugar, simplemente ocurriría, sin mas.
Tenía treinta y cinco años de una vida que no sentía como suya, una existencia en espera de algo que no sabía reconocer pero con la certeza, profunda y clara, de que algún día llegaría. Temía tanto que ese momento tan deseado llegara y se le escapara como el agua entre los dedos, que la clarividencia tan ansiada le pillara dormida u ocupada, que eligió la soledad como compañera de viaje y una armadura infranqueable como protectora de sus sentimientos.
Montó en aquel barco que había de llevarla a tierra firme y se sentó atrás, como siempre hacía, para poder mirar sin ser observada. El vaivén de las olas la sumergió en un estado de somnoliente realidad en el que todo se movía y hasta las voces parecían variar de frecuencia. Le gustaba esa sensación, allí podía abstraerse de todo y sentirse como en ninguna parte. Era como estar en un mundo de sueños.
El barco hizo una parada en otra isla vecina a la que se agregó mas gente.
- ¿Puedo sentarme? - oyó decir a una voz masculina mientras seguía el vuelo a una gaviota.
Ella no contestó, tan solo se movió hacia un lado, sin mirarlo, para dejar espacio. Aquello empezó a moverse de nuevo y a poner rumbo a su destino final, junto a aquel hombre, en silencio, con sus cuerpos tocándose a cada balanceo en perfecta sincronía. Olió su perfume ocre mezclado con el olor salado del mar y girando un poco la cabeza alcanzó a ver su brazo apoyado en la barandilla del barco que parecía pedir abrazarla.
No se atrevió a mirarlo ni habló con él en todo el trayecto. Tampoco él dijo nada, simplemente estaba.
Tan pronto el barco llegó puntual a puerto ella se levantó y comenzó a andar sin mirar atrás, fue entonces cuando sintió esa sensación que no volvió a experimentar en toda su vida. Como si una energía invisible y elástica la retuviera y no la dejara avanzar. La estabilidad de la tierra firme le hizo recuperar el control de sus pasos y siguió caminando bordeando el muelle hasta que unas obras la condujeron a un camino sin salida.
Fue en ese momento que tuvo que detenerse y no antes, cuando entendió que en aquel barco cuyas luces alcanzaba a ver todavía en la lejanía había viajado junto a ella un compañero de viaje que no había sabido reconocer.
Se volvió y apenas había andado dos pasos cuando vio acercarse a alguien que iba a su encuentro, oyó entonces una voz familiar que decía.
- Te dejaste esto en el barco.
Ella se llevó las manos al cuello y sonrió.
- Si, no me di cuenta - acertó a decir ya mirándole a los ojos.