miércoles, 30 de septiembre de 2009

Sin miedo

Se quedó pensando durante un rato sobre ello. Aquellas lineas que acababa de leer le habían trastocado por completo. Se sentía mal porque le habían hecho despertar dudas sobre aquello que tan claro creía tener resuelto, pero había sido tanta la emoción que había sentido al leerlo que ya no supo que pensar.
Hacía ya bastante tiempo que no sabía nada de ella, una eternidad pensó, y se preguntó qué pudo ocurrir para dejar escapar aquel amor. Recordó su primer encuentro en ese viaje en el que todo parecía salir mal, cambiadas a ultima hora las fechas y aquel autobús estropeado que le hizo perderse Florencia pero que le permitió estar en el preciso momento en aquella increíble plaza italiana en la que la vio por primera vez. A ella y a su sonrisa.
El no debía estar allí, pero tampoco ella. Se había quedado dormida en el tren. Esperando al siguiente que la llevara de vuelta aprovechó para conocer la ciudad y callejeando llegó a aquel lugar mágico donde las palomas se te plantaban en la cabeza, en las manos... y en los hombros. Sin miedo.
Y pensó entonces que quizás la vida no fuera sino un devenir de acontecimientos en los que no debiéramos intervenir más de la cuenta sino simplemente dejarnos llevar, como el río lleva las aguas, como el mar a las mareas, en que todo ocurre por algo que escapa de nuestra razón, y en el poco derecho que tenemos a romper ese deambular mágico que la naturaleza traza llevándonos consigo.
Pagó aquel libro escogido y abierto al azar y salió de la librería con paso decidido, recordando mentalmente lo que acababa de leer.

"... solo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje, solo la casualidad lo sabe, no es la necesidad sino la casualidad la que esta llena de encantos. Si el amor es verdadero, las casualidades deben volar hacia él desde el principio como los pájaros hacia los hombros de San Francisco de Asís."

La insoportable levedad del ser
Milán Kundera.