martes, 19 de mayo de 2009

el mensajero del amor

Sonó el timbre varias veces. No esperaba a nadie así que seguía en pijama y sin arreglar. Con todo, hizo corriendo lo que pudo para poder abrir la puerta en unas mínimas condiciones. Sería alguna vecina pidiendo azúcar o vete tu a saber. Esperó unos segundos mas, ya frente a la puerta por si dejaba de sonar, pero lo volvió a hacer. La insistencia la terminó de convencer.

Al abrir, se quedó un poco traspuesta. Un apuesto joven, bien vestido y con corbata roja la miraba sonriente.

-Hola, Quisiera hablar con Alicia Campos. Traigo algo para ella. - Enunció el joven con aire de discurso aprendido.

-¿Perdone?- dijo ella, y escuchó de nuevo el mensaje mientras ganaba tiempo para intentaba situarse - Si, soy yo- alcanzó a decir finalmente con la mente igual de confusa.

- Me han encargado que le entregue un beso.

Los ojos de ella se abrieron de par en par, se hizo el silencio unos segundos y comenzó a reir, una risa que siempre le salía sin querer en situaciones que no controlaba. Era el joven ahora el que la miraba desconcertado.

- Perdone, jajaja, no me rio de usted es que...jajaja.

- Entiendo que le extrañe, pero no es ninguna broma. Soy mensajero del amor, y he de besarla por encargo de alguien. La risa fue finalmente controlada y se detuvo un instante a mirar a aquel joven con cara de no haber roto un plato en su vida. Entendió que estaba hablando en serio, era muy fuerte lo que le estaba pasando pero era real. Aquel chico parecía realmente venir a entregarle un beso.

- Mire, no sé quien ha podido encargarle semejante locura pero no esperará que yo me deje besar por usted. Lo entiende, ¿no?

- Solo es un beso y he de entregarlo, si no...- dijo él con aire pesadumbrado.

-Ya, pero ese no es mi problema, debe usted entenderme, no voy besando por ahí al primero que se me cruza por mi camino.

El joven bajó la mirada callado, luego le miró a los ojos y le soltó -¿Es que no le gusto?, ¿es eso?- Y volvió a mirar al suelo.

- No, no es eso - intentó tranquilizar al joven viéndolo afectado por la situación. - Tú no estas mal, de verdad, bueno, un poco joven para mi, pero es que entre tú y yo no hay nada y yo no te puedo besar. ¿Lo entiendes?

- A mi si me gustas tu, ¿sabes?. - se atrevió a decirle él - Y he tenido que besar a mujeres que no me gustaban... pero tu eres diferente.

- Mira, esto es increíble, ¿y se puede saber quién es el que te ha encargado semejante locura?

- Solo si entrego el beso. - e hizo un gesto con los brazos como diciendo que lo sentía pero que tenía que ser así.

Soltó un suspiro de desconcierto mientras miraba a aquel chico plantado delante de ella. Tendría poco mas de veinte años y por la pinta, aquel debía ser su primer trabajo.

- Vamos a hacer una cosa, ¿como te llamas? - Angel, acertó a decir él. - A ver Angel, lo vamos a hacer así. Tu me dices quien ha hecho el encargo y yo le digo a quien sea que me has besado aunque no lo vas a hacer. Así tu puedes cobrar tu servicio y yo me entero de a quien se le ha ocurrido esta locura. ¿Vale?

- No se,...pero es que yo así no me quedo bien, ¿sabes?

Aquél no parecía querer renunciar a su beso, ahora que había encontrado uno que le apetecía de verdad, pensó ella mientras calibraba todas las opciones. ¿Sería Alfredo, quizás?, no él nunca se atrevería a hacer una cosa así. ¿Y Quique?. No, con lo celoso que es, no, imposible. Pero, ¿y si no fuera alguien conocido?, no, tampoco encajaba, qué conseguiría esa persona con un beso no dado por él. No sacaba nada en claro, la verdad, salvo que la curiosidad le corroía por dentro.

Entonces se fijó en los labios de aquel chico. Eran carnosos, amplios y estaban ligeramente humedecidos. No debía besar mal a fin de cuentas, pensó.

- Está bien. - alcanzó a decir después de pensarlo mucho - Puedes besarme. - Y una sonrisa de oreja a oreja surgió en el rostro del chaval.

Entonces él se acercó lentamente, le tomó el rostro y comenzó a besarla, sin prisas, un beso cálido, tierno y profundo. A ella le supo a gloria, pero no le recordó a nadie, ni a Alfredo, ni a Quique, era el beso de Angel. Cuando terminó ella seguía con los ojos cerrados, alargando el sabor del instante.

-¿Te ha gustado? - Dijo él con voz suave.

- Si - Y era cierto que ella había tocado el cielo.

Hubo un silencio en el que los dos se quedaron mirándose.

- Sabes una cosa, Angel, que me da igual saber quien me lo envía. Por mí, como si no me lo dices. Te lo digo en serio.

- Pero te lo tengo que decir. - insistía él.

- Que es igual, de verdad. Me gustó tu beso. No necesito saber nada mas.

- Te lo diré de todas formas.

Entonces se acercó a ella, la miró muy fijamente y puso las manos en sus hombros.

- Fui yo. - Dijo él.

...

Y ella sonrió.

despertar

Cuando despertó era todavía de noche, o al menos eso pensó él. Se encontraba desorientado, la cabeza le daba vueltas y sentía un fuerte dolor de cabeza. Se incorporó con esfuerzo, miró alrededor y no vio a nadie, se encontraba solo, allá donde estuviese. Aunque en seguida se dio cuenta, por la arena húmeda que encontró pegada en sus manos, que se hallaba en una playa. Un suave rumor conocido, pausado y lejano de unas olas tranquilas le confirmó lo que pensaba.

Intentó recordar algo, pero visitar su memoria le resultó doloroso por las punzadas que sentía en el interior de su cabeza, así que decidió dejarlo para mas tarde.

Se estremeció ante la idea de haber sido atracado en aquel lugar desconocido y buscó apresuroso entre sus bolsillos, suspiró finalmente al comprobar que no. Su cartera, sus llaves, su teléfono móvil, todo estaba en su sitio.

De repente oyó un ruido, miró hacia atrás y dio un sobresalto. Allí, surgida de la nada una niña le miraba fijamente. No supo que decirle, no se esperaba algo así. La niña lo miraba a los ojos, de pie, sin decir palabra, como esperando algo.

Así permanecieron un tiempo, los dos en silencio, él sin saber qué decir, y ella esperando escuchar. Y las olas hablando al fondo.

Entonces la niña dio un paso adelante y le extendió una mano. Al principio pensó que su gesto era para ayudare a levantarse pero se fijó en la mano y la palma miraba hacia arriba, aquello significaba otra cosa, y contrariado no supo como reaccionar. Descartó que estuviera pidiendo limosna, nada hacía pensar en su aspecto que se tratara de algo así.

-¿Me las dejas? - dijo ella en un susurro.

-¿Qué? - balbuceó él mientras ella cambiaba el gesto de su mano. Ahora apuntaba con el dedo en dirección a sus ojos.

-Las gafas de sol – dijo ahora con voz mas decidida.

El se llevó las manos a los ojos. Descubrió entonces que las llevaba puestas, como siempre, pensó, pero lo cierto es que no se había dado cuenta hasta entonces. Al quitárselas sintió una luz muy fuerte que lo cegó.

Sintió dolor en los ojos, pero también alivio, fue una sensación especial, intima. Mil pensamientos pasaron por su mente en segundos mientras se entregaba al sol del amanecer que lo enfocaba desafiante.

Y entonces, solo entonces, lo entendió todo.

En su deslumbramiento alcanzó a ver a duras penas la palma de la niña que volvía a estar boca arriba en un gesto que parecía sostener el aire. Le dio las gafas y ella se las puso. Sonrió y él le devolvió la sonrisa.

Una voz lejana rompió la magia del momento. Miró hacia el lado y vio a una señora que avanzaba con sobrero de paja y un enorme bolso haciendo señas con las manos y llamando a gritos a la niña por su nombre. Detrás, un señor con una carga imposible caminaba tras ella resollando y parecía no darse cuenta de nada.

Cuando se volvió, la niña ya no estaba, y sus gafas tampoco. La vio entonces corriendo, jugando a bordear las olas por la orilla, en dirección a los suyos, feliz, sonriendo, imaginando.

Se puso en pie y pudo darse cuenta que le dolían ahora también todos los huesos. Estaba echo una piltrafa pero se sentía bien. Limpió la arena pegajosa que llenaba su ropa y se estiró como hacía cuando era niño cada vez que se levantaba por la mañana.

Consiguió ver un poco mas allá la botella vacía que ahora si, recordó como fugaz compañera. La cogió, y echó a andar con paso decidido. Pensó en todas las cosas que iba a hacer aquel día mientras sentía en su espalda el calor del sol que ya abandonaba el horizonte.

Al pasar por el contenedor, miró a la botella unos segundos, y como si se despidiera de ella, la dejó con cuidado, en un gesto casi sagrado, encima de una montaña de latas.

Oyó a lo lejos a la madre de la niña que lo llamaba para devolverle las gafas. El le hizo un gesto de que no importaba.

Y a fin de cuentas era así.

Ya no las necesitaba.

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Para ti.