lunes, 15 de febrero de 2010

El ratón en el laberinto


Un nuevo día gris recibía a Laura nada más despertarse, tras una noche de sueños rotos, su rostro reflejado en el espejo no le devolvió sonrisa alguna. La rutina diaria se encargó de ponerla en movimiento y comenzó a hacer las mismas cosas que todos los días, incluido ese pensar insistente que le hacía sentirse como un ratón en un laberinto.
Al salir a la calle se detuvo en seco, miró hacia una lado y otro de la calle y se preguntó por qué siempre recorría el mismo camino, su razonamiento no le devolvió respuesta alguna por lo que decidió dar un rodeo para pasar por un lugar añorado. Llegó con temor pues los buenos y malos recuerdos suelen venir juntos pero ese día quiso recibirlos a ambos. Cuando se encontró con ellos le vino a la mente aquella frase que decía que nadie puede querer si uno no se quiere primero a si mismo y pudo sentir como algunas de las paredes de su laberinto se volcaban.
Aquella noche, al ir a acostarse, se tumbó en la cama de lado, cruzó sus brazos poniendo las manos abiertas sobre sus hombros y por primera vez, al oír el rumor lejano de música que la acompañaba todas las noches, se dio cuenta que se escuchaban canciones de amor.
La noche le regaló ese día el mejor de sus sueños.

domingo, 31 de enero de 2010

En un mundo de sueños


Ella no lo sabía todavía, pero aquel día debía pasar algo que lo cambiaría todo para siempre. No estaba escrito en ningún lugar, simplemente ocurriría, sin mas.
Tenía treinta y cinco años de una vida que no sentía como suya, una existencia en espera de algo que no sabía reconocer pero con la certeza, profunda y clara, de que algún día llegaría. Temía tanto que ese momento tan deseado llegara y se le escapara como el agua entre los dedos, que la clarividencia tan ansiada le pillara dormida u ocupada, que eligió la soledad como compañera de viaje y una armadura infranqueable como protectora de sus sentimientos. 
Montó en aquel barco que había de llevarla a tierra firme y se sentó atrás, como siempre hacía, para poder mirar sin ser observada. El vaivén de las olas la sumergió en un estado de somnoliente realidad en el que todo se movía y hasta las voces parecían variar de frecuencia. Le gustaba esa sensación, allí podía abstraerse de todo y sentirse como en ninguna parte. Era como estar en un mundo de sueños. 
El barco hizo una parada en otra isla vecina a la que se agregó mas gente.
- ¿Puedo sentarme? - oyó decir a una voz masculina mientras seguía el vuelo a una gaviota.
Ella no contestó, tan solo se movió hacia un lado, sin mirarlo, para dejar espacio. Aquello empezó a moverse de nuevo y a poner rumbo a su destino final, junto a aquel hombre, en silencio, con sus cuerpos tocándose a cada balanceo en perfecta sincronía. Olió su perfume ocre mezclado con el olor salado del mar y girando un poco la cabeza alcanzó a ver su brazo apoyado en la barandilla del barco que parecía pedir abrazarla.
No se atrevió a mirarlo ni habló con él en todo el trayecto. Tampoco él dijo nada, simplemente estaba.
Tan pronto el barco llegó puntual a puerto ella se levantó y comenzó a andar sin mirar atrás, fue entonces cuando sintió esa sensación que no volvió a experimentar en toda su vida. Como si una energía invisible y elástica la retuviera y no la dejara avanzar. La estabilidad de la tierra firme le hizo recuperar el control de sus pasos y siguió caminando bordeando el muelle hasta que unas obras la condujeron a un camino sin salida.
Fue en ese momento que tuvo que detenerse y no antes, cuando entendió que en aquel barco cuyas luces alcanzaba a ver todavía en la lejanía había viajado junto a ella un compañero de viaje que no había sabido reconocer.
Se volvió y apenas había andado dos pasos cuando vio acercarse a alguien que iba a su encuentro, oyó entonces una voz familiar que decía.
- Te dejaste esto en el barco.
Ella se llevó las manos al cuello y sonrió.
- Si, no me di cuenta - acertó a decir ya mirándole a los ojos.

domingo, 27 de diciembre de 2009

La ciudad soñada

- No te lo he contado.
- El qué, cari - dijo él mientras bajaba de la góndola intentando guardar el equilibrio.
- Mi sueño, no te he contado mi sueño... anda, ayúdame a salir.
Pagaron al gondoliere y se volvieron a adentrar en la vieja ciudad, sin trayecto ni destino. Una ligera niebla lo difuminaba todo dando al escenario el aspecto de un vetusto cuadro. Fueron caminando un rato, en silencio y de la mano. Al llegar a un rincón desconocido pero inquietantemente bello, en lo mas alto de un puente que sorteaba un canal, él detuvo sus pasos y la besó. Cada beso sabía diferente al anterior, tenía un matiz particular que lo hacía único, como aquellos rincones, por eso la unión de ambos le otorgaba al hecho un carácter casi sobrenatural.
- ...¿Y qué soñaste, amor?
- Soñé que te buscaba y no te encontraba. - Sus ojos se humedecieron al tiempo que le apretaba con fuerza las manos.
- Pero si estoy aquí, ¿no me ves? - Decía mientras le llevaba las manos a su cara - ¿Qué te pasa? ¿Pero por qué te pones así?
La abrazó muy fuerte al tiempo que pasaban junto a ellos otros dos jóvenes paseando idéntico amor, el sonido de las campanas de una iglesia cercana les hicieron elegir rumbo y los observaron, abrazados, perderse calle abajo. 
- ¿Y si estuviera soñando ahora?, y en el mundo real yo fuera buscando mi amor... como en mi sueño.
- ¿Pero por qué tendrías que buscar lo que ya conoces?, ¡si estoy aquí!
- Porque esto no sería real, tonto - Aquello le hizo nacer una sonrisa y comenzaron a hacerse cosquillas, cayeron al suelo embriagados de tanto reír. Acabaron sentados en el puente con los pies colgando entre los forjados negros.
- No me entiendes...- dijo ella mientras dirigía su vista hacia ningún lugar.
- Si te entiendo, verás, lo que quiero decir es que si me buscas pero no me encuentras es porque ya me conoces, de lo contrario no sabrías si me estas encontrando o no. Por lo que al conocerme y no encontrarme lo que estarías haciendo es no reconocerme... pero en cualquier caso yo estaría ahí.
- Tienes respuesta para todo, ¿eh?
- Que va, que más quisiera yo, perdona pero...
- ...Perdone...
- Signorina, se quedó dormida. - La suave voz del gondoliere sentado tras ella la hizo despertar.
- Si, lo siento, ¿ya hemos llegado?
- ¿A donde, al final? - respondió el gondoliere.
- No, creo que mas bien hemos llegado al principio.
- ¿Cómo dice?
- Nada, cosas mías.
La bruma se iba despejando dejando a la luz pintar, como si de un barniz se tratara, los trazos mágicos de una ciudad soñada.

jueves, 5 de noviembre de 2009

El sueño perdido

Deseaba tanto volver a entrar en el sueño. Lo que había visto en aquella onírica escena antes de ese precoz despertar lo había cautivado tanto que decidió concentrarse de la manera que solo él sabía para retornar a él. Y lo consiguió.

Volvió a esa luminosa habitación donde todo era blanco, las paredes, la cama con dosel, las sábanas, con un único color, el de sus cuerpos dorados, entrelazados y vibrantes, el suyo propio y el de una bella mujer a la que no pudo reconocer, haciendo el amor. Quiso tanto que fuera ella, no podía ser otra pero tenía que verla, así que fue rodeando la cama con el fin de encontrar su rostro pero cada vez que lo buscaba se interponía su larga melena. La llamó por su nombre y justo cuando ella iba a mirarlo resbaló con algo y cayó. Despertó en el suelo junto a su cama, solo y muerto de frío. Corrió a taparse y cerró los ojos intentando volver allí pero fué ya imposible, estaba demasiado despierto para ello.
En otro lugar, no muy lejos de allí, una joven se despertó sudorosa y con la respiración entrecortada, no recordaba qué había soñado pero se sentía bien. Al levantarse de la cama tropezó con algo, fue a cogerlo y se preguntó qué hacía el coche de juguete de su hijo allí a los pies de su cama. Dio gracias a Dios de no haberlo pisado, quien sabe lo que podría haberle pasado.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Sin miedo

Se quedó pensando durante un rato sobre ello. Aquellas lineas que acababa de leer le habían trastocado por completo. Se sentía mal porque le habían hecho despertar dudas sobre aquello que tan claro creía tener resuelto, pero había sido tanta la emoción que había sentido al leerlo que ya no supo que pensar.
Hacía ya bastante tiempo que no sabía nada de ella, una eternidad pensó, y se preguntó qué pudo ocurrir para dejar escapar aquel amor. Recordó su primer encuentro en ese viaje en el que todo parecía salir mal, cambiadas a ultima hora las fechas y aquel autobús estropeado que le hizo perderse Florencia pero que le permitió estar en el preciso momento en aquella increíble plaza italiana en la que la vio por primera vez. A ella y a su sonrisa.
El no debía estar allí, pero tampoco ella. Se había quedado dormida en el tren. Esperando al siguiente que la llevara de vuelta aprovechó para conocer la ciudad y callejeando llegó a aquel lugar mágico donde las palomas se te plantaban en la cabeza, en las manos... y en los hombros. Sin miedo.
Y pensó entonces que quizás la vida no fuera sino un devenir de acontecimientos en los que no debiéramos intervenir más de la cuenta sino simplemente dejarnos llevar, como el río lleva las aguas, como el mar a las mareas, en que todo ocurre por algo que escapa de nuestra razón, y en el poco derecho que tenemos a romper ese deambular mágico que la naturaleza traza llevándonos consigo.
Pagó aquel libro escogido y abierto al azar y salió de la librería con paso decidido, recordando mentalmente lo que acababa de leer.

"... solo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje, solo la casualidad lo sabe, no es la necesidad sino la casualidad la que esta llena de encantos. Si el amor es verdadero, las casualidades deben volar hacia él desde el principio como los pájaros hacia los hombros de San Francisco de Asís."

La insoportable levedad del ser
Milán Kundera.

domingo, 28 de junio de 2009

El día de su no aniversario

Aquel día al despertar decidió ir a visitar al mar, pero no a cualquier mar, al suyo.
Viajó hasta él con la sensación de que le fuera tirando de un hilo, o le atrajera como un poderoso imán.
Por eso no entendió lo que ocurrió después, aunque después si lo hiciera.
Pensaba escuchar de sus olas lo que sus labios callaron invocando su nombre, a librar la batalla que su contendiente rehusó abandonándose a él, a sentir la presencia de ella en su seno.
Pero cuando llegó el mar estaba mudo, sereno y ausente.
Nada que escuchar, nada por lo que luchar, nada por sentir.

Ya no estaba allí.

Ella ahora estaba en su otra playa.
Esa fué su decisión.

Era el día de su no aniversario.

martes, 19 de mayo de 2009

el mensajero del amor

Sonó el timbre varias veces. No esperaba a nadie así que seguía en pijama y sin arreglar. Con todo, hizo corriendo lo que pudo para poder abrir la puerta en unas mínimas condiciones. Sería alguna vecina pidiendo azúcar o vete tu a saber. Esperó unos segundos mas, ya frente a la puerta por si dejaba de sonar, pero lo volvió a hacer. La insistencia la terminó de convencer.

Al abrir, se quedó un poco traspuesta. Un apuesto joven, bien vestido y con corbata roja la miraba sonriente.

-Hola, Quisiera hablar con Alicia Campos. Traigo algo para ella. - Enunció el joven con aire de discurso aprendido.

-¿Perdone?- dijo ella, y escuchó de nuevo el mensaje mientras ganaba tiempo para intentaba situarse - Si, soy yo- alcanzó a decir finalmente con la mente igual de confusa.

- Me han encargado que le entregue un beso.

Los ojos de ella se abrieron de par en par, se hizo el silencio unos segundos y comenzó a reir, una risa que siempre le salía sin querer en situaciones que no controlaba. Era el joven ahora el que la miraba desconcertado.

- Perdone, jajaja, no me rio de usted es que...jajaja.

- Entiendo que le extrañe, pero no es ninguna broma. Soy mensajero del amor, y he de besarla por encargo de alguien. La risa fue finalmente controlada y se detuvo un instante a mirar a aquel joven con cara de no haber roto un plato en su vida. Entendió que estaba hablando en serio, era muy fuerte lo que le estaba pasando pero era real. Aquel chico parecía realmente venir a entregarle un beso.

- Mire, no sé quien ha podido encargarle semejante locura pero no esperará que yo me deje besar por usted. Lo entiende, ¿no?

- Solo es un beso y he de entregarlo, si no...- dijo él con aire pesadumbrado.

-Ya, pero ese no es mi problema, debe usted entenderme, no voy besando por ahí al primero que se me cruza por mi camino.

El joven bajó la mirada callado, luego le miró a los ojos y le soltó -¿Es que no le gusto?, ¿es eso?- Y volvió a mirar al suelo.

- No, no es eso - intentó tranquilizar al joven viéndolo afectado por la situación. - Tú no estas mal, de verdad, bueno, un poco joven para mi, pero es que entre tú y yo no hay nada y yo no te puedo besar. ¿Lo entiendes?

- A mi si me gustas tu, ¿sabes?. - se atrevió a decirle él - Y he tenido que besar a mujeres que no me gustaban... pero tu eres diferente.

- Mira, esto es increíble, ¿y se puede saber quién es el que te ha encargado semejante locura?

- Solo si entrego el beso. - e hizo un gesto con los brazos como diciendo que lo sentía pero que tenía que ser así.

Soltó un suspiro de desconcierto mientras miraba a aquel chico plantado delante de ella. Tendría poco mas de veinte años y por la pinta, aquel debía ser su primer trabajo.

- Vamos a hacer una cosa, ¿como te llamas? - Angel, acertó a decir él. - A ver Angel, lo vamos a hacer así. Tu me dices quien ha hecho el encargo y yo le digo a quien sea que me has besado aunque no lo vas a hacer. Así tu puedes cobrar tu servicio y yo me entero de a quien se le ha ocurrido esta locura. ¿Vale?

- No se,...pero es que yo así no me quedo bien, ¿sabes?

Aquél no parecía querer renunciar a su beso, ahora que había encontrado uno que le apetecía de verdad, pensó ella mientras calibraba todas las opciones. ¿Sería Alfredo, quizás?, no él nunca se atrevería a hacer una cosa así. ¿Y Quique?. No, con lo celoso que es, no, imposible. Pero, ¿y si no fuera alguien conocido?, no, tampoco encajaba, qué conseguiría esa persona con un beso no dado por él. No sacaba nada en claro, la verdad, salvo que la curiosidad le corroía por dentro.

Entonces se fijó en los labios de aquel chico. Eran carnosos, amplios y estaban ligeramente humedecidos. No debía besar mal a fin de cuentas, pensó.

- Está bien. - alcanzó a decir después de pensarlo mucho - Puedes besarme. - Y una sonrisa de oreja a oreja surgió en el rostro del chaval.

Entonces él se acercó lentamente, le tomó el rostro y comenzó a besarla, sin prisas, un beso cálido, tierno y profundo. A ella le supo a gloria, pero no le recordó a nadie, ni a Alfredo, ni a Quique, era el beso de Angel. Cuando terminó ella seguía con los ojos cerrados, alargando el sabor del instante.

-¿Te ha gustado? - Dijo él con voz suave.

- Si - Y era cierto que ella había tocado el cielo.

Hubo un silencio en el que los dos se quedaron mirándose.

- Sabes una cosa, Angel, que me da igual saber quien me lo envía. Por mí, como si no me lo dices. Te lo digo en serio.

- Pero te lo tengo que decir. - insistía él.

- Que es igual, de verdad. Me gustó tu beso. No necesito saber nada mas.

- Te lo diré de todas formas.

Entonces se acercó a ella, la miró muy fijamente y puso las manos en sus hombros.

- Fui yo. - Dijo él.

...

Y ella sonrió.